Érase una vez una abejita,
digamos, un tanto peculiar. En apariencia, esta abejita no se diferenciaba de
otras abejitas. Su cuerpo velludo de pelos plumosos vestía una piel a rayas
amarillas y negras como la de cualquier otra. Bueno, quizás su tono amarillo lucía
un poco apagado para su edad, pero era algo bastante común entre las abejitas
de aquellos tiempos. Así que, a simple vista, nada distinguía a aquella abejita
del resto.
Pero aquella abejita se sabía
diferente. Aquella abejita era una cobarde. De pequeñas, todas las abejitas,
que para entonces eran llamadas larvas, se amedrentaban ante la sola idea de
salir de su plácido hogar. El néctar que sus madres abejas les proporcionaban
era suficiente para subsistir de manera ufana y sin preocupaciones. Pero
llegaba la época en la que las larvas se convertían en abejitas y luego estas
abejitas en abejas hechas y derechas. Y esa época se presentó de repente. Todas
sus amigas abejitas, aquellas con quienes había compartido platos de néctar
sentadas al borde del panal, mirando los vastos paisajes que se alzaban ante
sus antenas, suspirando por el zángano de turno, riendo y pensando, de vez en
cuando, en el día en que clavarían su aguijón, todas ellas desplegaron sus alas
y alzaron el vuelo. Cada día, una nueva abejita se separaba de la colonia y se
adentraba en el mundo de las abejas hechas y derechas. Todas menos nuestra
abejita cobarde.
En la escuela, había sido una
abejita aplicada. Sabía los derechos y deberes de las abejas, podía nombrar de
carrerilla los nombres de todas las reinas que habían gobernado en su colonia,
recordaba las propiedades del polen y del néctar, así como las de otros
alimentos. También había estudiado el mecanismo del panal, memorizando las
funciones de cada abeja obrera. Pero a la hora de elegir especialidad, esta
abejita cobarde, inmadura y descuidada o quizás tan solo sobrevenida por una
ingenua esperanza, erró en su elección. Mientras otras abejitas eligieron
caminos prácticos y con futuro, tales como Grado Medio en Extracción de Polen o
Grado Superior en Construcción de enjambres, nuestra abejita cobarde se decantó
por una especialidad con un título muy atractivo a la vez que, como descubriría
más tarde, contraproducente.
Acabada la especialidad, con los
estudios frescos, un par de consejos de la abeja reina y la vitalidad que
acompañaba la circunstancia, era el momento de lanzarse al mundo y convertirse
en abejas hechas y derechas. Pero la abejita cobarde no se atrevía. La
desafortunada elección de especialidad y su consiguiente falta de experiencia
en temas ex coloniales la habían consumido en un mar de miedo y ansiedad. El
mundo era tan grande y ella tan inexperta… ¿Qué podía hacer? No sabía cómo
recolectar, no sabía cómo reconstruir panales, no sabía nada. Era una abejita inútil,
muy lejos de convertirse en una abeja hecha y derecha.
Y la abejita cobarde pasaba los
días, sentada en el borde inferior del pentágono que formaba su panal, viendo
cómo sus amigas abejitas, ahora abejas hechas y derechas, se ganaban el néctar
de cada día a base de esfuerzo y dedicación. De vez en cuando, alguna de sus
amigas abejitas la veía y se paraba a saludar. Charlaban durante un ratito, pero
pronto las abejas hechas y derechas volvían al trabajo y la abejita cobarde
continuaba sentada, viéndolas pasar.
Un día, hastiada de aquella
monótona rutina, la abejita cobarde se administró un par de chutes de valentía,
metió un par de huevos en su petate, cogió carrerilla y salió zumbando por el
hueco del panal perdiéndose en el horizonte.
Nunca más se supo de aquella
abejita que por tanto años había sido cobarde. Puede que se convirtiera en una
abeja hecha y derecha y viviese en una acomodada colonia con un par de zánganos
produciéndole miel, o quizás sus alas, engarrotadas por la falta de práctica,
cedieron ante la presión y la arrojaron hacia el suelo en una estrepitosa caída que le produjo un impacto
de muerte instantánea.