lunes, 3 de agosto de 2015

La fiesta de las hormonas

En las relaciones personales siempre se ha hablado de la lucha entre la cabeza y el corazón. Unos te aconsejan que pienses con la cabeza, otros que sigas los dictados de tu corazón; pero nadie habla de lo que de verdad maneja el cotarro aquí: las hormonas.

Dicen que las hormonas despiertan en primavera, quizás el polen primaveral estimule su despertar, pero es más bien una ciencia incierta. Se levantarán en primavera pero las hay que no se acuestan hasta pasado el invierno.

Pongamos una relación típica: chico conoce a chica, chica conoce a chico, chico espolvorea polen en chica, hormonas que se ponen manos a la obra. La cabeza pensará que no es para nada su tipo, el corazón suspirará con un “es tan increíble”; y en mitad de esta lucha, las hormonas se irán de fiesta haciendo caso omiso. Y serán ellas las que decidan, no lo dudes, ningún otro órgano o sentimiento pinta lo más mínimo aquí.

La elección no será lógica ni sentimental, es pura química, o física, o lengua, o matemáticas, quién sabe. Pero lo que pase luego, eso sí que depende solo de ti.

viernes, 28 de junio de 2013

Sólo es un yogur

DIEGO: Fresa o frutos del bosque, ¿cuál prefieres?

SAM: Me da igual.

DIEGO: ¿Cómo que te da igual? No te puede dar igual, tienes que tener una opinión.

SAM: Los dos me gustan.

DIEGO: Pero no te pueden gustar los dos por igual. Seguro que hay uno que te apetece más.

SAM: No, están los dos buenos.

DIEGO: Uno más que el otro…

SAM: Bueno, en mi casa solían comprarme siempre de fresa.

DIEGO: Entonces, ¿de fresa?

SAM: Sí.

DIEGO: A mí me gusta el de frutos del bosque.

SAM: Pues compra ése.

DIEGO: Ves, lo has vuelto a hacer. Eres muy manejable. No tienes personalidad. Cuando te gusta algo y otra persona te contradice, cambias de opinión.

SAM: Es que los dos están bien.

DIEGO: No puedes cambiar constantemente de parecer. Pasas de blanco a negro, de naranja a azul, de verde a rojo. Un día estás a la derecha y al día siguiente, a la izquierda. Por la mañana estás arriba y por la tarde, abajo. Según con quién estés. Eres una oveja más del rebaño. Has de tener tu propia opinión.

Nuestros antepasados lucharon para darse voz. Murieron por sus ideales, para que ahora seamos libres de decir lo que pensamos sin represalias. Hemos de honrarles, hacerles justicia, combatiendo con uñas y dientes para defender aquello en lo que creemos.

SAM: Sólo es un yogur. 

jueves, 11 de abril de 2013

El chico que no sabía mentir


Un día cualquiera de un mes indiferente de un año sin importancia, una mujer desconocida dio luz a un niño. Este niño, al que a partir de ahora llamaremos Juan, era aparentemente como cualquier otro. Y digo aparentemente porque en realidad no era así. Juan era especial.  Juan no sabía mentir. Había nacido con una malformación genética que le impedía decir aquello que no fuese verdad. Un nudo invisible se le formaba rápidamente en la boca de la garganta cada vez que su cerebro emitía una mentira para que las cuerdas vocales la pronunciasen.

Al principio, Juan le quitó importancia. Y no solo eso, en el fondo se alegró de haber nacido así. Le gustaba ser sincero. Asimismo, la gente apreciaba lo que Juan decía porque sabían que lo decía de verdad. Era agradable. Además, era una franqueza cordial e inocente. Muy diferente de la de aquellas personas que se escudaban en la sinceridad para decir cosas hirientes.

Con el paso del tiempo, Juan creció y tuvo que adentrarse en el mundo de los adultos. Seguía siendo absolutamente sincero y orgulloso de ello.

Cuando acabó los estudios, Juan mandó su currículum a centenares de empresas. En una de las pocas entrevistas que le concedieron, le preguntaron por la escasez de información en su hoja laboral. Juan les dijo la verdad: era un recién licenciado que hasta el momento solo se había dedicado a estudiar. No obtuvo el empleo. Su compañero de clase Mario, quien sí supo mentir, fue contratado.

Cuando Juan fue al banco a pedir un crédito para abrir un negocio nuevo, le preguntaron si era solvente. Juan dijo la verdad: era joven, sin trabajo ni experiencia. El crédito le fue denegado.

Cuando sus vecinos le preguntaban a Juan qué tal le iba, Juan confesaba la verdad: estaba desesperado. No conseguía nada. Él era una persona decente, responsable, motivada, sincera.  Sabía que estaba a años luz de la perfección, tenía miles de defectos, como todo el mundo.

Pero vivía en una sociedad abocada a un pozo de embustes y falsedades donde nadie le daba una oportunidad a quien no supiese mentir. Y en un mundo en el que la mentira lidera el día a día, ser sincero es estar destinado al fracaso.

jueves, 24 de enero de 2013

La historia de una abejita cobarde


Érase una vez una abejita, digamos, un tanto peculiar. En apariencia, esta abejita no se diferenciaba de otras abejitas. Su cuerpo velludo de pelos plumosos vestía una piel a rayas amarillas y negras como la de cualquier otra. Bueno, quizás su tono amarillo lucía un poco apagado para su edad, pero era algo bastante común entre las abejitas de aquellos tiempos. Así que, a simple vista, nada distinguía a aquella abejita del resto.

Pero aquella abejita se sabía diferente. Aquella abejita era una cobarde. De pequeñas, todas las abejitas, que para entonces eran llamadas larvas, se amedrentaban ante la sola idea de salir de su plácido hogar. El néctar que sus madres abejas les proporcionaban era suficiente para subsistir de manera ufana y sin preocupaciones. Pero llegaba la época en la que las larvas se convertían en abejitas y luego estas abejitas en abejas hechas y derechas. Y esa época se presentó de repente. Todas sus amigas abejitas, aquellas con quienes había compartido platos de néctar sentadas al borde del panal, mirando los vastos paisajes que se alzaban ante sus antenas, suspirando por el zángano de turno, riendo y pensando, de vez en cuando, en el día en que clavarían su aguijón, todas ellas desplegaron sus alas y alzaron el vuelo. Cada día, una nueva abejita se separaba de la colonia y se adentraba en el mundo de las abejas hechas y derechas. Todas menos nuestra abejita cobarde.

En la escuela, había sido una abejita aplicada. Sabía los derechos y deberes de las abejas, podía nombrar de carrerilla los nombres de todas las reinas que habían gobernado en su colonia, recordaba las propiedades del polen y del néctar, así como las de otros alimentos. También había estudiado el mecanismo del panal, memorizando las funciones de cada abeja obrera. Pero a la hora de elegir especialidad, esta abejita cobarde, inmadura y descuidada o quizás tan solo sobrevenida por una ingenua esperanza, erró en su elección. Mientras otras abejitas eligieron caminos prácticos y con futuro, tales como Grado Medio en Extracción de Polen o Grado Superior en Construcción de enjambres, nuestra abejita cobarde se decantó por una especialidad con un título muy atractivo a la vez que, como descubriría más tarde, contraproducente.

Acabada la especialidad, con los estudios frescos, un par de consejos de la abeja reina y la vitalidad que acompañaba la circunstancia, era el momento de lanzarse al mundo y convertirse en abejas hechas y derechas. Pero la abejita cobarde no se atrevía. La desafortunada elección de especialidad y su consiguiente falta de experiencia en temas ex coloniales la habían consumido en un mar de miedo y ansiedad. El mundo era tan grande y ella tan inexperta… ¿Qué podía hacer? No sabía cómo recolectar, no sabía cómo reconstruir panales, no sabía nada. Era una abejita inútil, muy lejos de convertirse en una abeja hecha y derecha.

Y la abejita cobarde pasaba los días, sentada en el borde inferior del pentágono que formaba su panal, viendo cómo sus amigas abejitas, ahora abejas hechas y derechas, se ganaban el néctar de cada día a base de esfuerzo y dedicación. De vez en cuando, alguna de sus amigas abejitas la veía y se paraba a saludar. Charlaban durante un ratito, pero pronto las abejas hechas y derechas volvían al trabajo y la abejita cobarde continuaba sentada, viéndolas pasar.

Un día, hastiada de aquella monótona rutina, la abejita cobarde se administró un par de chutes de valentía, metió un par de huevos en su petate, cogió carrerilla y salió zumbando por el hueco del panal perdiéndose en el horizonte.

Nunca más se supo de aquella abejita que por tanto años había sido cobarde. Puede que se convirtiera en una abeja hecha y derecha y viviese en una acomodada colonia con un par de zánganos produciéndole miel, o quizás sus alas, engarrotadas por la falta de práctica, cedieron ante la presión y la arrojaron hacia el suelo en una estrepitosa caída que le produjo un impacto de muerte instantánea. 

lunes, 17 de diciembre de 2012

Bondades, vilezas y sus relativos


Entré al baño cerrando la puerta de un golpe. Me incliné sobre el lavabo, sujetando la fría porcelana con ambas manos. Inspiré un par de veces para serenarme y alcé la vista. El espejo me devolvía la imagen de una desconocida de mirada circunspecta, sombría y defensiva.

Se abrió la puerta y vi cómo se asomaba cauteloso.

- ¿A qué ha venido eso?- preguntó mientras cerraba la puerta frunciendo ligeramente el ceño.

- Viene a que estoy harta. Harta de ser a quién todo el mundo pide favores pero a quien nadie se los hace. Estoy cansada de sonreír tímidamente para que os sintáis mejor. Harta de ser la chica buena y tonta que sólo sirve de perchero. Harta de creer que el karma existe y que por cada buena acción que haga más respeto y cariño obtendré de aquellos que ni siquiera me tienen en consideración. Ya no quiero ser un puto cero a la izquierda, el ser invisible que solo cobra vida cuando conviene.

Me giré hacia él y con voz impasible dije:

- Ahora seré yo la mala. Miraré por mí y sólo por mí, porque es lo que todo el mundo hace. Hablaré cuando me dé la gana, y poco me importará si con ello ofendo a alguien. No me pidas nada más. ‘No’ será a partir de ahora mi adverbio favorito. Me retiro de este juego al que nunca debí acceder a jugar. Te desearía que todo te fuese bien, pero eso ya no va con mi nuevo yo. Así que, adiós.

Me acerqué a la puerta con claras intenciones de dejarle allí, sorprendido, aturdido, confuso, no me importaba cómo. Pero fue más rápido y, sujetándome de un brazo, me volvió hacia él.

- No funcionará.- me dijo.- Tú no puedes ser la chica mala.

- Ponme a prueba.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Mamá, quiero ser espía


Volviendo a casa de una sesión de cine, lo vi todo claro: quiero ser espía. Un agente infiltrado en el alto mando de una banda terrorista que planea destruir el mundo tal y como lo conocemos. Y en el último minuto, desbaratar sus planes, salvar el mundo y quedarme con el chico.

No sé si la razón de esto es la facilidad con la que soy hábilmente embrujada en una sala oscura, con sonido surround y una gigantesca pantalla que emite 24 fotogramas por segundo, o si es más por vocación. Teniendo en cuenta mi pésima forma física, mi paupérrimo coraje y, para qué engañarnos, la holgazanería innata que me caracteriza, creo que me decanto por lo primero.

El mundo fílmico puede llegar a tener una influencia espeluznante. Solo hacen falta noventa minutos y un cerebro por amasar para crear la ilusión de espía, magnate de Wall Street, arqueólogo, vampiro, abogado de causas perdidas o, por qué no, barbero diabólico en el Londres victoriano del siglo XIX.

Por suerte o por desgracia, es una ilusión pasajera que se evapora poco a poco al salir del cine. Minutos después, volvemos a la realidad de nuestras vidas, a la oficina de seguros, a la charcutería del pueblo, a la barra del bar, al trapo y al limpiacristales. Hasta la próxima película.

domingo, 18 de noviembre de 2012

¿Horror y/o placer?


Tras algunas reflexivas lecturas de críticas literarias que pululan por Internet, he decidió lanzarme a la piscina y, con mucho morro y poca experiencia en el arte del análisis novelístico, hacer una muy subjetiva crítica del último libro que ha caído en mis manos. Se trata de un libro del que muchos y muchas (sobretodo muchas) habréis oído hablar: Cincuenta sombras de Grey. Para los que no hayan tenido el placer (y nunca mejor dicho…), os pongo en contexto: Cincuenta sombras de Grey es el primer libro de una trilogía erótica que nos narra la historia de Anastacia Steele, una universitaria que, tras conocer a un joven multimillonario con unas prácticas sexuales de lo más peculiares, empieza una lucha interna entre aquello que considera correcto y aquello que raya la ignominia.

Desde una perspectiva general, y como signo de mi ya conocida bipolaridad, no sabría deciros si el libro me ha encantado u horrorizado hasta extremos impensables. En una contienda parecida a la de la protagonista, me debato entre el espanto producido con la narración de escenas excesivamente depravadas y la sorprendente rapidez con la que he devorado el libro (3 días), la cual puede parecer el resultado de cierto gusto por este tipo de lecturas.

Cincuenta sombras de Grey no es una novela erótica corriente. Insisto, hablo desde la más profunda ignorancia en erotismo y concupiscencia; pero siempre he pensado en lo erótico desde una visión más sexualmente romántica. Por ejemplo, sería sensual o erótico comer fresas con chocolate en la bañera de casa, un masaje con lengua o las friegas con aceite corporal mientras suena una música lenta y acompasada a los propios movimientos del cuerpo. Por el contrario, y como único ejemplo que voy a nombrar, pues tampoco quiero desvelar el misterio para aquellos que no hayan leído el libro, estarían visiblemente alejados de lo que entiendo como placer erótico los azotes con fusta en la zona sexual. Es por ello que añadiría al calificativo erótico con el que publicitan la trilogía otro más acorde con algunas bestialidades que narra.

Además, en Cincuenta sombras de Grey se trata el tema de la sumisión desde un punto de vista sexual (como no). Creo que el siguiente vídeo lo explica a la perfección:



Dejando a un lado mi fascinación por la masculina y atrayente voz que dobla de forma tan seductora este vídeo (hagámosle la ola al realizador del casting por su buen ojo/oído) y centrándonos en aquello que dice y no en cómo lo dice, me pregunto cómo es posible que ser esclavo o sumiso de alguien pueda provocarte deleite alguno. El caso contrario, ser tú el amo y señor, podría comprenderlo (que no aceptarlo) ya que de todos es sabido que el poder siempre produce cierta satisfacción. Pero, ¿qué problema mental puede llevar a una persona a ser tratada de forma vejatoria y disfrutar con ello? Y peor aún, ¡¿qué diablos le ocurre a alguien que lee historias así y encima le gustan?! Porque E.L. James, la autora de Cincuenta sombras de Grey, ha vendido 20 millones de ejemplares hasta la fecha.
¿En qué sociedad depravada vivimos?

A raíz de esta trilogía con tintes sadomasoquistas, se han llegado a producir divorcios por la negación de la pareja en la puesta en práctica de algunas de las escenas violentamente sexuales que narra el libro. Es el caso de una mujer inglesa que pidió el divorcio a su marido porque éste se negó a asfixiarla para alargarle el orgasmo. Perdonad la vulgar expresión pero ¿¡ESTAMOS LOCOS O QUÉ!?

Con esto no quiero menospreciar la calidad del libro (ya he dicho antes que no puedo adjudicarle plaza en la estantería de favoritos ni tampoco quemarlo en la hoguera). Cincuenta sombras de Grey tiene escenas muy bestiales, aunque también es cierto que, dejando a un lado los momentos de vicio degradante, tiene su mensaje: la lucha interminable de toda persona por dilucidar entre lo correcto y lo inadecuado, cuyos límites en muchas ocasiones se desdibujan fundiéndose en una maraña incoherente, contradictoria e ilógica. Además, hay que reconocer que leer Cincuenta sombras de Grey es mucho más educativo que ver una película porno, al menos aprendes ortografía, gramática y, por qué no, vocabulario especializado.